Con una muestra de pinturas, esculturas e instalaciones, Ricardo Calanchini se presenta en la Estación Belgrano. Las obras pertenecen a la serie “Los laberintos de la estética”, que da nombre a la exposición, y se extenderán a la fachada con una intervención de mapping. La inauguración será hoy, jueves 7 de marzo, en la planta alta de la Estación Belgrano, con música en vivo a cargo de destacados artistas locales.
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En relación a esta serie de paisajes oníricos, describe Calanchini: “Sueños, pesares, emociones. Sillas entrelazadas, pisos en damero, los barcos, imágenes que me transportan a mi infancia cuando vivía en el puerto. La plomada, símbolo del equilibrio buscado en mi vida. El pez con su libertad absoluta. El lápiz edificando mi futuro, cargado de esperanzas, con escaleras que suben, que están saliendo, cuyo camino es solo hacia arriba”.
Mundos posibles
Sobre la obra de Calanchini, escribió Álvaro Costa en el año 2005, que no se pueden mirar sus cuadros “sin sentir algún tipo de mutación”. En un texto, titulado “El cuerpo en la obra de Calanchini”, el profesor de Estética de la Escuela Provincial de Artes Visuales “Prof. Juan Mantovani” y miembro de la Comisión Nacional de la Asociación de Profesores de Filosofía de la Argentina, agregaba que: “Ricardo Calanchini es un máximo dibujante: construye. Y más que un dibujante, un arquitecto, un maestro mayor de obras. Sus mundos son posibles, cierto, pero no dejan de referirse a éste, que llamamos “real” con un poco de petulancia. En tal sentido, construye para desestabilizar. Pero desestabiliza para volver a componer. Es difícil distinguir con la cenestesia, que se da toda junta cuando miramos encantados: pongámosle palabras. Allá por el Renacimiento, los inventores de la perspectiva nos mostraban un distante mundo horizontal, en el que todo se abarcaba o dominaba. Calanchini nos vuelve un astronauta: por momentos, nos falta gravidez. Caracoles tanto como lápices, sillas o barcas flotan, levitan desarraigados de su tope inferior. Nos mitigan, aligeran, nos hacen perder el equilibrio. Abajo lo mismo: el suelo se nos mueve por una ondulación teratológica. Y los espacios son a veces equívocos: creemos que bajamos y… subimos, o al revés. Tal vez, en un ultrapasado arborícola hemos perdido pie y ahora tenemos este miedo atávico. Y sin embargo, se trata de un mundo demasiado ordenado. Ahí está no sólo la tranquilidad de esos “espíritus” sobre el aire: ahí están la agrimensura de los hilos; los límites, como mojones, impuestos por los banderines deportivos o navales, las plomadas, los cabrestantes, las poleas; los anaqueles, los cajones, las veletas, los pisos ajedrezados, las axonometrías; ahí está Cèzanne cuando afirma que “todas las formas de la naturaleza parten de la esfera, el cono y el cilindro”.